sábado, 14 de junio de 2008

Aquellas invisibles cosas...

La tarde se desmorona, mientras se observaba la tranquilidad del momento, los árboles alineados en la vereda cubrían toda la cuadra y se podía ver a algunos empezar a desvestirse lentamente, pocas hojas en el piso eran testigo de ello. Era viernes. En un pacto de caballeros se estableció la charla con un solo pretexto dado por él, “el fútbol, los fines de semana no se posterga”.

Hincha de Boca, Juan Carlos Núñez es uno de los primeros habitantes del barrio La Floresta, desde el tiempo en que las calles de tierra sólo servían para que ocasionales autos transiten y lo empolven todo.
Los pasos que separan de esa esquina son escasos, conocidos y eternos. Es una despensa que agilizó desde siempre la mente de los niños hasta convertirlos en profesionales de los mandados. Su despensa esta hace más de 40 años. Justo en la esquina, entre las calles Burmeister y Don Segundo Sombra, él ya se ha acostumbrado a ver el paso del tiempo. Y ver cómo hoy son nuestros hijos o sobrinos quienes realizan las compras diarias.

Una de las cosas que nunca cambió fue su forma de sentarse, esa de tomar la silla como un caballo, apoyar sus brazos en el espaldar como si fuera a domar el tiempo; sentado así en las noches primaverales, en esa esquina donde los vientos se cruzan y los carteles de publicidad indican que ahí se encuentra su despensa. Su imagen también parece la misma, esa imagen eterna, con sus camisas a rayas, sus pantalones marrones y sus zapatos de viejo jugador de bochas. Su obesidad y sus sesenta años (para ser generoso) hacen que sus pasos sean un poco más lentos. Mientras se sienta dice “me afeité como para la foto”, sonríendo... sus arrugas se manifiestan aun más por un instante, en su redondo rostro. Sus canas abundantes están ordenadas y prolijas después de un peinado esmerado.

- Usted fue uno de los primeros en llegar al barrio, ¿de que barrio venía?
- Sí, si bien ha sido uno de los primeros en llegar ya había algunas casas, pero pocas. Yo venía de San Agustín.

Mira hacia arriba cómo buscando en el cielorraso una ayuda de la memoria.

- Mis padres eran de Villaguay. Se vinieron después de casados a probar suerte en Paraná, eran muy jóvenes . Después me tocó probar suerte a mí. Me fui a Buenos Aires a la casa de una tía, pero no duré mucho, no me pude adaptar. Recuerdo que mi tía me regaló un traje diciéndome “con éste te vas a casar”, yo no le presté atención hasta que pisé pocos años después, ya en Paraná, el altar.

- ¿Así que se casó y se mudó de San agustín a La Floresta?
- Sí, cuando empezamos no teníamos nada, les debo mucho a mis padres y suegros, y en especial a mi mujer por haberme apoyado tanto.

- ¿Y cómo era el barrio cuando usted llegó?
- No, antes no había barrio, no se lo podía llamar así, existía un grupo de casas desparramadas, eran más los carteles en los terrenos diciendo se vende que las casas mismas. También existía una plantación de olivos que hacían las tardes más frescas; se le pedía permiso al cuidador y uno se cruzaba con la familia a tomar mate.

- ¿La despensa hace cuanto que la tiene?
- La despensa va naciendo a medida que va poblándose la zona, hace cuarenta años más o menos. La gente llegaba para edificar y para comer al mediodía se iban hasta los negocios de San Agustín, aunque algunos ya venían con sus viandas pero sin bebidas, así que lo primero que vendí fueron gaseosas y fiambres.

- ¿La zona se pobló rápido?
- Sí, si consideras que diez años son suficientes para levantarse todas las mañanas, salir a caminar y saludar a diestra y siniestra a los nuevos compatriotas. Así se pobló el barrio. Era una mezcla de distintos barrios de Paraná, la mayoría era de San Agustín, pero todos por la cercanía dejaron sus antiguas banderas para ser hinchas del Club Sportivo Urquiza.

- ¿Pero igual, el barrio no es tan grande?
- No es un barrio tan popular como San Agustín, Anacleto Medina, Las Flores o La Pasarela. El barrio tiene solo quince manzanas. Primero nos conocíamos todos, el problema fue cómo poco a poco se empezaron a formar nuevos barrios hasta llegar a todo lo que tenemos hoy.

- ¿Ahora hay más delincuencia que antes?
- Delincuencia hubo siempre y en todos lados, pero antes uno salía a la noche y sabía que iba a volver, existían códigos que se respetaban; hoy no es así y la culpa la tiene la droga, antes era cara y escasa, ahora es barata y está en todas partes, y hay quienes ya no saben con qué drogarse, o mejor dicho, matarse.

- ¿Era más difícil informarse?
- Para enterarte de algún hecho lo hacías por LT 14 o por El Diario, el de calle Urquiza y Buenos Aires. En él aparecía un articulo policial que se llamaba “Sirena”, ocupaba una parte de la página; hoy para hablar de policiales se necesitaría un suplemento como el de deportes.

Julia, su compañera de toda la vida, se acerca a hacerle una pregunta. Sonríe, su cabello disimula la edad gracias a una tintura de color castaño oscuro, que también ayuda a encubrir su color natural. Luego escapa rápidamente y sigue atendiendo a la clientela.
La habitación es inmensa, plagada de recuerdos en cada parte, en un orden minucioso, dando jerarquía a unos objetos más que a otros. Dibujando un circulo con los brazos dice: “Antes todo esto era la despensa”, y señalando una pequeña pieza, afirma: “allí estaba la carnicería”, luego junta las dos palmas de la mano y las separa lentamente para decir “esta habitación se dividía en dos, verdulería y panadería. Ahora la pieza más chica lo ocupa todo, cambié la cantidad pero no la variedad”.
Tiene una forma muy particular de fumar, sabe disfrutar cada pitada como si fuese la última, como si no existiera otra cosa en el mundo más importante en ese momento. “Después de 20 años lo volví a agarrar, culpa de mi hijo, él empezó a fumar y no me pude contener”, dice, mientras tiñe nuevamente de gris el cenicero cristalino con las cenizas.

- ¿Qué opinión tiene ahora de lo que ve o escucha al informarse?
- Todo pasa por los canales de Buenos Aires, ya sea Crónica, Todo Noticias o el Canal 26; sabemos más de lo que pasa en Buenos Aires que en nuestra provincia o ciudad, y lo peor es que para ver lo que escuchaste en la radio a la mañana hay que esperar que empiecen las noticias en el canal 9 Litoral o Canal Once.

- ¿Siempre le gustó informarse?
- Sí, pero me gusta leer y ver lo que no entiendo, al hacer esto me da derecho a opinar como yo quiero y las posibilidades son infinitas. Acá siempre se habló de todo, pero siempre más de actualidad y de inseguridad que eran los temas preferidos por todos.

- ¿Y lo del campo, qué opinión le mereció?
- Bronca, siempre el que la termina pagando es el pobre trabajador y los negocios chicos, pero los grandes supermercados no, ellos te guardan la mercadería, dicen que hay desabastecimiento y el que se embroma es Juan Pueblo como siempre. Acá venían a comprar leche mientras en la ruta tiraban litros y litros para que no se pudra y no pude vender, lo mismo con otros productos lácteos y de verdulería. Hacía mucho que no se veía todo esto, y me dio lugar a pensar lo peor.

- ¿A que se repita la historia?
- En la Argentina todo es posible porque cada uno piensa en su propio beneficio y en sus propios intereses, y los que ganan son siempre los que pertenecen a los grupos del poder. El campo es uno de ellos, en sus fiestitas en la Sociedad Rural abucheaba a los gobiernos democráticos y aplaudía a más no poder a los milicos. Y fue por culpa de ese pensamiento que hubo tantas muertes.

- ¿La próxima semana posiblemente se normalice la situación? ¿Qué piensa usted?
- En la próxima semana hay dos cosas que esperemos que se resuelvan para bien. En una la pulseada viene pareja y ninguno de los dos va a ceder y menos la soberbia de la presidenta. La otra cosa es que Boca no quede afuera de la copa.

- ¿Tan fanático de Boca es?
- Es la fama que me hice crear en el barrio, es el folclore lo más lindo del fútbol, hacerse bromas sin ir a más. Muchos son fanáticos, pero ¡si en verdad no existe nada que dure menos tiempo que ganar un domingo! Hoy podes ganar, pero no te garantiza que lo vas hacer la próxima semana. Eso sí ese momento de gloria no se paga con nada.

Las manos se vuelven a estrechar, esta vez con más fuerza. La despedida se lleva a cabo, sin tiempo para una pregunta más, pero una foto detiene el tiempo. Es la imagen de Esa Mujer, de Evita, joven y enferma, con su pelo estirado que termina con una gran trenza que no llega a besarle los hombros, con su brazo que muere en el dedo índice agitado y su mirada apuntando al infinito, su futuro inmediato... “Es la del día del renunciamiento”, dice, despidiéndose definitivamente.